Far sounds

Fabian Ginsberg, Ann Kristin Hamm, Simon Hemmer, Yuji Nagai, Chase Wilson.
Del 8 de septiembre al 31 de octubre de 2022

Sonidos lejanos. Ruidos. Ecos. Sin necesidad de una operadora de larga distancia, sino con autotransmisión. ¿Qué escucharemos? Cinco voces que hablan y se comunican. Tal vez.

Zumo de uva, latas de Coca-Cola, envases de bebidas, libros, reproducciones fotográficas colocadas en puntos sombríos sobre lienzos en blanco. Las pinturas de Fabian Ginsberg invitan a pensar en naturalezas muertas nocturnas. Pero en realidad, son mesas de disección. Ginberg lucha y se opone a la estética contemporánea e idealizada de productos con una distancia analítica. Como si pintara en un frigorífico con la puerta cerrada. La imagen de los productos (y por tanto, la imagen pintada) se desmiembra y se rearma, hasta que lo implícito se transforma en algo explícito.

Cualquier paisaje o planta, la propia naturaleza, debe desenterrarse y dislocarse para resistir ante una obra. Pictóricamente, debe reinventarse. En ello radica la obra de Ann Kristin Hamm. La figuración aparece y desaparece gradualmente. Una libélula(¿?) se enreda en estelas transparentes, superposiciones discordantes y colores facetados. Desde el punto de vista ornamental, una serie de gestos y elementos estructurales, que incluyen discos, ojos o pechos, flores, viñas y orlas, colisionan y se arremolinan. Para contemplar el mundo, antes hemos de observar la pintura.

A través de un audaz estallido fractal, Simon Hemmer despoja a los colores de toda limitación en cuanto a motivos. Constituyen ellos mismos el tema, la forma, el espacio y el movimiento. Como suele ocurrir con las composiciones musicales, sus topografías absurdas, mosaicos y tapices producen patrones geométricos y orgánicos que constantemente permutan y se transforman en olas, autovías, escaleras, arcoíris, estrellas y cuadrículas. Apunta, de forma osada, al acecho («Duende Verde») y la posterior expulsión («Cazafantasmas») de los denominados mitos modernistas.

Yuji Nagai cuida con delicadeza sus jardines pictóricos. De forma casi indescifrable, la vegetación se ve penetrada por troncos y ramas, como si de venas o vértebras se tratara. Los toques de color se proyectan hacia el exterior o se circunscriben cuidadosamente a tejidos densamente entremezclados que resultan, por momentos, grácilmente ágiles para volver a ser porosos y más bien secos. Bajo los verdes, rojos y rosas, brillan tonos ocres y naranjas cálidos que produce una sensación melancólica de futilidad otoñal, de una Victoria de Samotracia olvidada, porque ¿qué queda por ganar en estos días?

En el universo online, el mundo hipercomplejo en el que vivimos tiene una apariencia inmaculada. Chase Wilson desbarata las maquinaciones de estas presentaciones meticulosas mediante el realismo lírico. Ya sea con auriculares enredados cuyo uso se ve saboteado, flores que revelan la impermanencia de la propia vida o con escenas de las calles de Los Ángeles sacudidas con inseguridad, paraliza toda esa productividad fluida y sin contratiempos. Existe un silencio palpable en sus obras. Como si de fotos fijas se tratase, plantea un presente fragmentado, en el que luchamos y fallamos una y otra vez a la hora de conectar, al igual que ocurre con el movimiento perenne de un gato maneki-neko.

Al final y después de todo, lo lejano suena cerca.

Christian Malycha